jueves, 17 de septiembre de 2020

Crónicas menstruales

Estoy segura de que muchas se sentirán identificadas con este texto y los hombres quizá nos comprendan un poco más cuando estamos en los “días de nena”.

Ya no me cuesta hablar sobre “la regla”, “vino Andrés”, “monstruación”, “marea roja”, “días rojos”... llamémosla por su nombre: menstruación, pero solía pensar que no era un tema agradable, me daba pena y asco, y es que en crecí en una época donde todavía era tabú hablar sobre sexualidad entre padres e hijos.

Empieza el martirio.

Mi primera menstruación no me causó alegría, al contrario, lloré mucho, ¿cómo podía entender y aceptar que mi cuerpo sangraría cada mes por 3 o 4 días a partir de ese momento y por los próximos... 30 años, usando las tan incómodas toallas sanitarias? Ah, y para el colmo, mi mamá en su emoción le habló por teléfono a las mujeres de la familia para contarles que me había convertido en una señorita; imaginen mi pena, frustración y molestia.

Desde esa vez, y como por medio año o quizá más, usaba toallas sanitarias todos los días por miedo a que me bajara estando desprevenida y tuviera un accidente, y durante la “llegaba Andrés” me daba pena la gente enterara, así es que evitaba moverme mucho, ¿qué tal que se me caía mientras iba al baño y toda la escuela la veía o me manchaba? Además crecí en un lugar de clima cálido y las toallas me causaban irritación. Sí, suena ridículo y exagerado, pero me volvía insegura en esos días.

Transcurrieron los primeros meses de señorita hasta la primera vez que me manché durmiendo: me había quedado a dormir en casa de una prima y al despertar tenía una mancha en mi pijama favorita, desde ese momento no volvería a dormir tranquila (sí, otra vez la exageración), hasta que conseguí toallas nocturnas enormes e incómodas, dormía de lado y en posición fetal para evitar accidentes, despertando con frecuencia al baño.

Así fue como terminé visitando a una psicóloga buscando aceptar el tema; y debo decir que si me ayudó, porque después de algunas sesiones me sentí un poco más tranquila y aprendía tomarlo como algo natural.

El tiempo pasó y llegó el momento de cursar la preparatoria. Mi uniforme era un pantalón de mezclilla clara con el jersey de la escuela. Conocí a unas chicas bastante relajadas que se convirtieron en mis amigas y me ayudaron a superar la primera vez que me manché en la escuela: durante una clase me moví un poco en mi silla y sentí el famoso bajón, sin pensarlo salí corriendo y me encerré  en el baño sin dejar de llorar, mis amigas notaron que me había ausentado por suficiente tiempo y entonces fuero a mi rescate consiguiendo que un compañero me prestara su chamarra para cubrirme y, pese a que todo el salón se había enterado, ninguno de mis compañeros lo mencionó ni hubo burlas.

En una ocasión mi hermana hizo una fiesta de cumpleaños con alberca y estaba en mis días, mis amigas me convencieron para nadar diciendo que se cortaba con el agua, no he comprobado el mito… en este momento pueden pensar que ya existían los tampones, sí, pero no podemos olvidar que su uso también estaba sumido a los tabúes, los prejuicios religiosos y la educación cerrada. Terminé usando tampones en la universidad y solo para ciertas ocasiones,  siempre respaldados por una toalla sanitaria porque a cierto tiempo escurrían.

Así pasaron los primeros largos años, hasta que en una reunión con amigas y charlando de “cosas sucias”, alguna mencionó que estaba en sus días y tenía que cambiarse la toalla, entonces las palabras mágicas brotaron de boca de otra, acompañadas por campanillas celestiales: ¿han escuchado sobre la copa menstrual? Todas negamos conocerla y ella nos platicó un poco más.

¿Acaso la vida se nos iba a resolver?

Pasó un poco de tiempo antes de que empezara a investigar sobre la copa menstrual – se escuchan campañas celestiales), hasta que una chica compartió un video con información en Facebook y me atreví a preguntarle y me compartió el link a la página donde la había comprado comentando que su vida había cambiado y ayudaba al medio ambiente.

Antes de tomar la decisión de comprarla, vi muchos videos sobre el tema y busqué información en diferentes páginas acerca del material del que está hecha, sobre su uso y cuidado, los pros y contras, testimonios, me tomé un tiempo y… redoble de tambores... su pedido ha sido confirmado... redoble de tambores... su pedido ha sido enviado... ¡MI PRIMERA COPA MENSTRUAL LLEGÓ! Elegí una copa americana, color rosa, talla grande, por eso del flujo abundante; también había comprado un cepillo de dientes para lavarla y una pequeña olla para esterilizarla.

Estaba lista para el gran día: respiré profundo, me armé de valor, volví a leer las instrucciones e intenté colocarla siguiéndolas y ¡NO PUDE! Lo intenté de nuevo con resultado negativo, me senté en el escusado y sentí unas lágrimas amargas y de coraje por mi fracaso, unos minutos después me preparé y me fui a la oficina, una vez más, con mi pañalera de toallas sanitarias en mi bolsa (solía llevar casi un paquete por día).

Me senté en mi escritorio con mi respectiva taza de té de manzanilla para los cólicos y le escribí a la chica para contarle mi triste historia y entre risas me dijo que la primera vez era normal, ella tampoco pudo, pero que lo intentara de nuevo, esta vez en poniéndome en cuclillas- Al día siguiente volví a respirar profundamente, me acomodé y ¡entróóó!

Ahora venía la parte psicológica. Todo empezó ligeramente bien pero sentía el tallo, me estorbaba un poco y no se me ocurrió cortarlo, pasada la tarde seguía sintiéndolo y entonces decidí retirar la copa antes de irme  a casa. No volví a usarla ese mes porque el flujo había disminuido. El segundo mes llegó y con él el circo para ponerla, recuerdo que ese día tendríamos un evento por parte de la oficina y estaría fuera hasta entrada la noche, así es que era perfecto para probar su eficiencia, pero nuevamente se sentía el tallo, traté de acomodarla pero no funcionó así es que la retiré.

Le di una oportunidad más al tercer mes, pero esta vez el tallo se ensartó y me lastimó. Me frustré mucho y pasó un tiempo hasta que la charla de la copa surgió de nuevo entre una amiga y yo, entonces me animé a buscar información de nuevo y pensé en comprar otra tallas. Mi segunda copa menstrual llegó: copa alemana, color morado, talla S. Primer día y a antes de las 8 horas escurrió, pensé que no la había colocado bien, pero pasó lo mismo al segundo día: me había quedado pequeña.

Esta vez decidí evitar los pensamientos y sentimientos negativos y,  a pesar de que era muy pequeña, la usé con frecuencia.

Al poco tiempo empecé a trabajar como coordinadora de grupos de viajes de corto recorrido y cada fin de semana salía de viaje y pasaba horas en camión o caminando, así fue como se convirtió en mi mejor aliada: era cómoda, me sentía limpia y fresca, y no había mal olor.

Pasó el primer año de la copa y en una reunión con mis mejores amigas, de esas que derivan en temas medio sucios y sin pena, les conté mi experiencia y les comenté que quería buscar otra de mejor tamaño porque la mía me quedaba pequeña. Una de ellas me escribió diciendo que también quería una y así nos pusimos a investigar sobre marcas, tallas, tipos, como si fuera la primera vez. Nos decidimos por una copa menstrual canadiense, color blanca talla 1.

¡Al fin encontré mi copa menstrual ideal! Y soy la más feliz del mundo mundial. Tengo 4 años de experiencia usándola y he ido a nadar (aún en el día fuerte), entreno tenis, corro, salto, en viajes largos es lo  mejor… y duermo la noche completa.

Adiós toallas sanitarias anatómicas para flujo abundante y nocturnas, adiós tampones, adiós calzones de abuelita, adiós… bueno, sólo uso un panti protector el primer día…  hola vida cómoda, limpia, fresca y ecológica.

Me sorprende la aceptación que ha tenido el producto en los últimos 5 años y, aunque la información es amplia todavía existe el temor a lo desconocido, hay chicas que prefieren seguir “a la antigüita”. Lo mejor es tener una amiga en quien confiemos, quien nos presente esta maravilla y nos guíe un poco las primeras veces.

Recomiendo totalmente su uso pues ha hecho mi vida más fácil y siento que contribuyo con el cuidado del medio ambiente. Actualmente podemos encontrar infinidad de marcas y tipos, solo es cuestión de informarse y tomar la decisión de experimentar algo nuevo que te va a cambiar la vida.

Su creador/a merece un lugar en el cielo, al lado del mismo Dios. demás, siento la satisfacción de contribuir con el medio ambiente.

 

 Kira


jueves, 13 de febrero de 2020

Los libros también se leen en grupo

Mi vida en CDMX había sido muy intensa, ocupada, acelerada, magnífica, artística… tenía el trabajo ideal, iba a museos y al teatro, conciertos de mis artistas favoritos, los mejores eventos culturales, artísticos y deportivos, convivía con mi familia paterna, e hice grandes amigos. Sin embargo, el ritmo de vida no me permitía leer con tanta frecuencia. Pero el año pasado me vi en la necesidad de mudarme a Chiapas, esto me causaba temor e incertidumbre pues todo me parecía extraño y ajeno, incluso la gente que conocía. Así es que decidí retomar algunas actividades, como entrenar tenis, y buscar otras para hacer que mi regreso fuese más fácil de asimilar.

Fue así como conocí a “Lecticultores”, pero ¿qué es Lecticultores? Un club de lectura. Había escuchado hablar de estos clubs y nunca pensé que llegaría a formar parte de uno porque, como dice mi Abuela paterna, "soy muy mamona con mis gustos literarios" y me causaba conflicto leer algo que no hubiera sido elegido por mí (sí, alguna vez tuve conflictos en mis clases de literatura por eso), pero decidí arriesgarme a conocer esta dinámica. ¿Qué podía perder?

Mi primera reunión con ellos fue hace un año, el 13 de febrero de 2019, en la cafetería del Fondo de Cultura Económica “José Emilio Pacheco”, se discutiría “La tregua” de Mario Benedetti. Lo había leído un par de años antes y lo recordaba perfectamente y con gran nostalgia y cariño, pues fue una lectura muy especial, no solo porque una amiga muy querida y yo empezamos a leerlo el mismo día sin haberlo planeado, sino porque la edición que leí pertenecía a la vasta biblioteca de mi papá y tenía una bella dedicatoria de él para mi mamá de un año antes de mi llegada.

¡Qué agradable sorpresa me llevé esa noche! Me encontré con un grupo de gente de distintas edades y profesiones unidos por el gusto a la lectura. Admito que al principio me sentí un poco temerosa e insegura, pues no sabría si encajaría, pero rápidamente me di cuenta de que había llegado al lugar ideal, sintiéndome cómoda y acogida.

La conversación empezó a fluir fácil y cálida, me sorprendía el nivel de detalle con el que comentaban algunos elementos del texto, los datos que compartieron sobre el contexto de la novela y del autor, las diversas opiniones que el libro generó.

Sin darnos cuenta pasamos de “La tregua” a hablar de música, política, religión, deportes, matemáticas… opinamos, escuchamos, discutimos miles de temas, ideas, compartimos comentarios, debatimos siempre con respeto y tolerancia, acompañados de una buena taza de café o un delicioso y aromático té. Recuerdo que pensé emocionada: “¡Wow! Tengo tanto que aprender de ellos”.

Ah, sí, desde 2018 tengo una gran pila de libros pendientes por leer (algunos los compré, otros fueron regalos de cumpleaños), porque el año pasado leí 18, entre los propuestos por los miembros del club y algunos de gusto personal; reencontré y retomé mi ritmo de lectura perdido, me aventuré por géneros que no habría leído por mi cuenta y conocí nuevos autores, especialmente latinoamericanos, fue un año de descubrimientos literarios, un año que me ha regalado gente maravillosa que tiene tanto que aportar y enseñarme, gente muy valiosa con la que puedo compartir infinidad de gustos en común.

Y bueno, como era de esperarse después de vernos cada jueves, pasamos de hablar de libros a ir al cine, viajar algún de fin de semana por los alrededores, asistir a conciertos y obras de teatro, salir a cenar, tomar vino, y otras actividades que nos han permitido formar lazos fuertes y sólidos, hoy convertidos en amistad.

Lecticultores ha aportado tanto a mi vida, la llena de letras, de alegría, de momentos mágicos e inolvidables, se convirtieron en familia. ¡Gracias por este año, secta lectora! Los quiero.


María José