Me invitó a verlo tocar. Llegamos
juntos al bar y me presentó a sus amigos y a los miembros de la banda, pedimos
cervezas y nos pusimos a charlar un poco sobre música. Estaba nerviosa.
La noche transcurría mientras
otra banda se presentaba, hasta que llegó su turno. Subieron al
escenario, prepararon los instrumentos y comenzaron a tocar. Parte del
repertorio estaba integrado por algunas de mis rolas preferidas. Cruzámos miradas ocasionales.
La banda hizo una pausa y bajaron
del escenario por un rato. Regresó a mi lado y me preguntó si me gustaba lo que
escuchaba, respondí que sí, que interpretaban los “covers” chido y sonaban bien.
Le pedí que me dijera que seguía
en su repertorio y me dijo que era sorpresa, pero me susurró al oído que
tocarían “In the end” y luego me pidió que no comentara nada. Me sentí
emocionada pues es de mis canciones preferidas, me recuerda una etapa interesante en mi vida.
Días antes habíamos platicado
sobre Linkin Park.
Después de darle un trago a
nuestras cervezas, empecé a tararear la canción, me dijo que a él le tocaba
interpretar la parte del rap y comencé a cantarla en voz baja, me siguió. Nos
volteamos a ver instintivamente mientras cantábamos, su mirada era intensa. Yo
había olvidado parte de la canción y él me guió para que pudiéramos terminarla.
Bebimos un poco más de cerveza y me dijo que era hora de regresar al escenario. Esperé ansiosa la canción mientras tocaban otros clásicos del rock.
Sonaron los primeros acordes, nos buscamos con la mirada, yo seguía la letra desde la mesa, me seducía su forma de tocar y sentir la música.
Pocas veces se conecta
musicalmente con alguien de esa forma, intensamente.
Al final me dijo: ¡Gracias por
ir, me hiciste feliz!
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